Los centinelas del reactor nuclear
Hace 20 años, una compañía de soldados fue destinada a vigilar las instalaciones de los centros nucleares de Lo Aguirre y La Reina. Tras un derrame de líquido, varios conscriptos comenzaron a sufrir consecuencias físicas.
Dos murieron por hemorragia cerebral.
Hoy, 65 de ellos presentaron una demanda contra el fisico.
Un ex soldado y familiares de los fallecidos cuentan su versión.
POR LUIS MIRANDA VALDERRAMA
Habían terminado la guardia. Los soldados conscriptos estaban cansados y sólo pensaban en llegar a las barracas para acostarse a dormir. Dejaron sus armas en unas garitas, se quitaron los cascos, se sacaron los uniformes de combate verde y café y se metieron en sus literas. José Huerta recuerda que hizo el recuento mental de su día: levantarse, almorzar, hacer la guardia alrededor de ese reactor nuclear. Comenzó a quedarse dormido, hasta que una voz fuerte, de mando, los despertó a todos.-Ya, perros -gritó la voz-, van a limpiar con toallas un derrame de líquido. Partieron.Les decían "perros" a los 87 conscriptos que servían como centinelas de los centros nucleares de Lo Aguirre y La Reina.
Era marzo de 1989 y el trato de los oficiales y suboficiales que estaban al mando de ese grupo de soldados era duro. Un sargento les dijo que ellos eran como cocinas a leña porque "funcionaban a puros palos".Por eso, cuando escucharon la voz, se levantaron como resortes y fueron a la sala, a secar lo que fuera que se había derramado.La primera vez que José Huerta dejó el campo en donde vivía, a unos 40 kilómetros de Curicó, fue para inscribirse en el cantón de reclutamiento. Llegó a esa ciudad y se sorprendió por el comercio, los autos, las calles pavimentadas. Huerta se presentó al Regimiento de Telecomunicaciones de Curicó. Había varios jóvenes en su misma situación: campesinos con las expectativas altas en seguir una carrera militar.Cuando lo despertaron para limpiar el derrame, Huerta llevaba más de un año haciendo el servicio y algo más de tres meses en Santiago cuidando esos reactores nucleares: el de Lo Aguirre, en el kilómetro 20 de la Ruta 68, camino a Valparaíso; y el de La Reina, en Avenida Nueva Bilbao número 12501."Si uno no cumplía una orden o se equivocaba, venía un superior y nos pegaba una cachetada en la mejilla", recuerda. "Una vez me pegaron en el oído y sangré. Ahora el trato es mejor, pero antes no. Por eso es que cuando nos dijeron que fuéramos a limpiar nadie se puso a pensar si era un riesgo o no. Agarramos las toallas y fuimos a secar el líquido que parecía ser la fuga de una cañería".Al comienzo llegaron tres soldados al lugar del derrame: Huerta, Guillermo Cofré López y Luis Gómez Naranjo. El hombre que los llamaba era el teniente Fernando Quinteros y les ordenó secar con lo que tenían a mano. Al parecer era un laboratorio y el agua estaba apozada en el piso. Huerta recuerda que llegaron otros compañeros y que usaron colchonetas y más toallas.
El entonces teniente Quinteros, ahora retirado, dice a través del teléfono: "La verdad, son tantas cosas que pasan que uno no se acuerda de los detalles. Para eso tendría que interiorizarme. Así, de momento, no recuerdo esos eventos, la verdad".Cuando terminaron, regresaron a las barracas. Lo único que sentían era sueño. Se acostaron. Las toallas las dejaron sobre sus catres de campaña y durmieron hasta la mañana siguiente.Esa noche, según los centinelas, se contaminaron por radiación nuclear. "Uno de mis compañeros, Fuenzalida, comenzó a pasar todas las noche rascándose el cuerpo y no dormía. Yo tenía una radio y se la prestaba para que escuchara y no se rascara tanto. Eran ronchas y sarpullido rojo muy grande", dice Huerta.Ángel Fuenzalida fue internado en septiembre de 1989 durante un mes en el Hospital Militar a causa de fuertes dolores de cabeza y hemorragias nasales, sin recibir explicación de los médicos. Hoy vive con diarreas crónicas, vómitos y cefaleas constantes. Su hijo mayor, hoy de 14 años, también sufre de mareos y hemorragias.Huerta: "A otros compañeros les pasaba lo mismo. Algunos tenían dolor de cabeza, otros náuseas. Pero el peor caso fue el de Cofré".Dos meses después del incidente, en mayo de 1989, Guillermo Cofré despertó con la litera empapada en sangre: había tenido una hemorragia nasal que no podía detener. Lo llevaron a la enfermería. Luego hubo otro episodio de sangramientos, y otro más, hasta que lo trasladaron al Hospital Militar; allí estuvo seis meses internado, hasta que el 31 de diciembre de ese año falleció por una hemorragia intracerebral.Huerta ya estaba a punto de ser licenciado de su servicio militar. Quería regresar al Camino a la Montaña, cerca de Los Queñes, y armar su vida lejos de las ciudades y de los militares. Tenía 21 años. "Luego de casarme, mi señora tuvo un embarazo muy bueno y pensamos que iba a salir todo bien. Pero cuando mi hija nació, fue todo terrible".Su hija, Gabriela, venía con una malformación en sus dos manos y en su ojo izquierdo. Doce años después, a comienzos de 2009, se enteró por un amigo del caso de los posibles contaminados por radiación.
El padre de Guillermo Cofré nunca se había conformado con la muerte de su hijo: buscó antecedentes y se contactó con el diputado por Arica, Iván Paredes, y con otro conscripto, Carlos Salazar. Con ellos empezó a reunir al grupo de centinelas de 1988.-Hay muertos y enfermos -recuerda que le dijo su amigo-. A lo mejor tú también te contaminaste.José pensó que quizás la razón de las malformaciones de su hija provenía de esos reactores.
LOS DOS INCIDENTES
Los soldados pertenecían a la Compañía de Protección Física de Instalaciones Nucleares (CEPEFIN), que dependía del Comando de industrias militares y de ingeniería del Ejército. Pero, en rigor, se trataba de un grupo de conscriptos, sin instrucción especial, que vigilaban el perímetro de las instalaciones en Lo Aguirre y La Reina. La mayoría provenía de Curicó y de zonas aledañas; y tenían un turno de tres semanas en Lo Aguirre, una cuarta en La Reina y una quinta de franco."Como mi hijo era de Curicó, no viajaba mucho en las semanas que tenía franco. Vino poquito antes de enfermarse", dice Guillermo Cofré Hormazábal, padre del primer conscripto muerto. "Ahí trajo sus ropas y estaban con hoyos. Su mamá y una de mis hijas le lavaron todo. Guillermo no decía muchas cosas de cómo le iba en el servicio. Después nos vinimos a enterar".Algunos amigos le comentaron después al padre que Cofré no solamente estuvo en el incidente de Lo Aguirre. El soldado habría estado también en una segunda situación extraña, en La Reina.
Lo relata César Arzola, uno de los conscriptos de la CEPEFIN, que acompañaba a Guillermo Cofré:
"Estábamos haciendo una ronda y cuando volvimos a acostarnos me saqué la ropa. La tela se deshacía igual que cuando cae líquido de batería. Yo, ahora, sufro de algunas hemorragias, me duelen los huesos y ando con dolores de cabeza", dice.Tras su hospitalización en mayo de 1989, los padres de Cofré fueron a visitarlo, porque literalmente se desangraba en hemorragias. Sólo podían verlo a través de una ventana pequeña. "De hecho, nunca pudimos tocar a nuestro hijo, sino hasta su muerte. A veces estábamos en la hora de visitas y de repente comenzaba a sangrar de las encías sin parar. No entendíamos por qué estaba aislado", recuerda Cofré padre.A las nueve y quince minutos de la noche del 31 de diciembre de 1989, Guillermo murió de hemorragia intracerebral."Cuando falleció fue una sorpresa para todos, porque nunca nos dijeron que tenía poco tiempo de vida. Nadie me ha dado una explicación satisfactoria por lo que le pasó".Uno de sus amigos, Luis Gómez Naranjo, estaba aún cumpliendo el servicio militar en los centros nucleares de Santiago. Guillermo y Luis se habían hecho amigos durante el año y dos meses que habían estado juntos. Ocho meses después él también moriría de una hemorragia en su cerebro.
MUERTE SÚBITA
Luis Gómez Naranjo vivía con su hermana Patricia en Santiago. Si bien sus padres estaban en Los Queñes, él había decidido estudiar en la capital y sólo regresaba durante las vacaciones de verano. Se había inscrito en Curicó para hacer el servicio militar y cuando fue llamado aún no terminaba el colegio."Cuando estaba de franco se venía para la casa", dice Patricia. "Tras el derrame, trajo sus cosas para acá y noté que su toalla estaba hecha jirones y que su uniforme estaba muy a mal traer".-Un líquido extraño me quemó la ropa -le dijo Luis.Después de la muerte de Cofré, Gómez Naranjo continuó haciendo su servicio militar, hasta que fue licenciado en marzo de 1990. Regresó a la casa de su hermana y buscó trabajo. Pero ya no era el mismo."Empezó a resfriarse muy seguido. Le dolía la cabeza y de repente le sangraban las encías. Se veía enfermo", recuerda la hermana. "Un día se pegaba y se le formaba un tremendo moretón en la zona del golpe. Luis bromeaba y decía que parecía de cristal".Hacia agosto de 1990 Gómez estaba débil y había bajado de peso.
El sábado 11 de ese mes sangró de la nariz. Patricia le pidió que fuera al doctor, pero él se negó porque el lunes entraba a trabajar como guardia."Ese lunes me llamó en la tarde con una voz rara. Me decía que se había desmayado. Le respondí que se fuera al hospital más cercano, y traté de calmarlo. En eso Luis se quedó callado y otra voz me habló; era un compañero que me decía que mi hermano se había desmayado otra vez. Luis murió el miércoles 15 de agosto a las 4 de la mañana".Patricia asegura que en el Servicio Médico Legal le dijeron que su hermano había fallecido por el Mal de Hodgkin, una enfermedad cancerígena que ataca al sistema linfático y que puede afectar la médula ósea, pero el certificado de defunción arrojó otra causa de muerte: "Hemorragia intracerebral".El padre de Cofré se enteró del fallecimiento de Gómez Naranjo y se sobresaltó. Se dio cuenta que no se trataba de una coincidencia. Algo había pasado durante ese servicio militar. Tuvo miedo. Rezó por los dos muchachos.
20 AÑOS DESPUÉS
José Huerta estuvo en la primera reunión de ex conscriptos de la compañía de centinelas. Era la primera vez, también, en donde se reencontraba con ellos en 20 años."Allí me enteré de que varios estaban enfermos y que habían sufrido distintos tipos de cáncer. Había compañeros con diarreas crónicas, gente con dolores de huesos. Una persona dijo que también los hijos podían tener secuelas, como problemas de salud o físicos. Hablaron de malformaciones y yo levanté la mano altiro".En sus tiempos como temporero, el diputado Iván Paredes conoció a Guillermo Cofré padre. El hombre lo acogió en su casa y con el tiempo se convirtió en el padrino de matrimonio del futuro parlamentario. Cuando se enteró de la muerte de Guillermo, empezó a pedir informes y a través de la Comisión de Derechos Humanos se abrió una investigación."Por eso se juntaron los conscriptos", dice el diputado Paredes. "Nadie sabía mucho del tema y cada uno andaba por su lado".
Una demanda civil fue presentada por 65 de los 87 soldados y por los familiares de los dos conscriptos muertos, en contra del fisco y de la Comisión Chilena de Energía Nuclear, CCHEN. Allí se consigna a 26 conscriptos con distintos daños de salud: diarreas crónicas, cáncer testicular, daño en la médula ósea, cefaleas crónicas, daño a la piel, anemias agudas, leucemia, tumor cerebral, caída de los dientes, trastornos degenerativos y bajas de peso, entre otras afecciones.La Comisión Chilena de Energía Nuclear declinó referirse al tema para este reportaje. En tanto, el Ejército, a través de un comunicado, declaró que la Comisión certificó que sus instalaciones son seguras para quienes las resguardan."Lo que uno espera son respuestas", dice José Huerta. "Uno quiere saber si lo que nos pasa a todos es a causa de la radiación. Que estudien el problema y lo investiguen. Yo hice mi servicio. Pero no quiero que mi hija pague el precio".
La Comisión de Derechos Humanos de la Cámara determinó que 4 mil 670 soldados conscriptos se han desempeñado en ambos centros nucleares.
Hay un caso de leucemia de un conscripto cumpliendo funciones de guardia en Lo Aguirre, en agosto de este año: su nombre es Alfonso Miranda Vera, que actualmente está con tratamiento médico en el Hospital Militar."Se ha pensado en hacer a fines de este año un monitoreo de vigilancia epidemiológica que vea los casos y que esté controlando a los soldados que han pasado en estos reactores", explica el subsecretario de Guerra, Gonzalo García Pino.
"Respecto a los soldados del año 1989, esperamos que se realice el monitoreo correspondiente. Queremos estar atentos a ello. En cuanto a la demanda civil, debe probarse esa causa-efecto en estos conscriptos".Huerta mira las fotos de su paso por la compañía de centinelas. "Cuando veo a mi hija, aunque no quiera, me siento responsable -dice-. Pero más que eso, me siento culpable". La hoja médica de los ConscriptosPedro Salas: Pérdida importante de peso, alergias permanentes, daño degenerativo óseo, diarreas, 4 neumonitis en ultimos 5 años.Alex Cádiz: Diarreas crónicas, dolores óseos invalidantes.
Elizar Avendaño: Problemas gastroesofágicos crónicos, diarreas permanentes, deposición con sangre.Galaz Toledo: Enfermedades a la piel, soriasis.Francisco Orellana. Dolor abdominal permanente sin explicación médica, hemorragia nasal periódica.Mella Tapia: Leucemia.Patricio Bravo Morales: Colitis ulcerosa crónica de colon e intestino grueso, En cirugia se extirpo colon y parte de intestino grueso.Marcos Muñoz: Tumor cerebral extraído parcialmente
Publicado por
El Mercurio.cl
En Lo Aguirre también murieron civiles
martes 11 de agosto 2009
por
Francisco AravenaEn abril de este año, El Periodista publicó en exclusiva el caso de dos conscriptos que, durante 1989, realizaron el Servicio Militar en el Centro Nuclear de Lo Aguirre, y que fallecieron extrañamente de leucemia. La denuncia, obligó tanto al Gobierno como al Ejército a investigar el caso y tratar de descartar la radiación como causa de las muertes. Ahora, un documento solicitado por la Cámara de Diputados, revela que no fueron sólo conscriptos los que fallecieron víctimas de cáncer, sino que también funcionarios civiles, y la radiación como causa principal aún no se descarta. Se espera que una comisión especial investigue el caso.
“Temo que haya más casos”. Esa fue la frase sentenciada por el diputado PS, y presidente de la Comisión de Defensa, Iván Paredes, en un reportaje exclusivo publicado por El Periodista, que daba a conocer las extrañas muertes de dos conscriptos que realizando el Servicio Militar Obligatorio en el Centro de Estudios Nucleares de Lo Aguirre, durante 1989, fallecieron de leucemia, al parecer, producto de radiación. Y el parlamentario tenía sus razones.
Un documento solicitado por la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara a la
Comisión Chilena de Estudios Nucleares (CChen), reveló que además de los ex conscriptos que fueron afectados por el cáncer, existen otros funcionarios, esta vez civiles, que contrajeron el mal y que trabajan en los Centros Nucleares de Lo Aguirre y La Reina.
Se trata de seis funcionarios que, según consta en el oficio firmado por el Director Ejecutivo de la CChen, Luis Frangini Norris, trabajaron en los centros de dicho organismo y que la causa del fallecimiento fue algún tipo de cáncer. La mayoría se desempeñaba en Lo Aguirre.
Con estos antecedentes en mano, el diputado Paredes expuso la situación el pasado miércoles ante la Comisión de DDHH, obteniendo como resultado la aprobación unánime de los parlamentarios para solicitar a la Sala la creación de una comisión especial investigadora, debido a la gravedad de los hechos. Dicha comisión se conformaría al interior de la de DDHH, presidida por el diputado Sergio Ojeda.
Para el diputado Paredes la certificación de la muerte de estos funcionarios contradice absolutamente lo que distintas autoridades, tanto de los ministerios de Defensa y de Minería, así como de la Comisión Chilena de Energía Nuclear, afirmaron en la comisión de Defensa, como una cuestión a analizar el hecho de que siempre los que habían muerto eran de la periferia al recinto (conscriptos) y no funcionarios de planta de las centrales de estudios nucleares. Nunca se reconoció que, en estas fechas, también murieron de cáncer personal civil de la CCHEN, dijo Paredes a El Periodista.
Con esta situación se vuelven a activar las alarmas sobre los posibles afectados por la radiación de los centros nucleares. Ya no son sólo soldados – a los que el Ministerio de Defensa se comprometió a buscar los posibles afectados, sino que ahora el número de víctimas podría aumentar significativamente considerando a los civiles que han trabajado tanto en Lo Aguirre como en La Reina.
Los conscriptos
En abril de este año, en su
edición Nº168, El Periodista publicó en exclusiva las extrañas muertes de Guillermo Cofré López y Luis Gómez Naranjo, dos jóvenes conscriptos, que durante el año 1989, realizaron el Servicio Militar Obligatorio en la Central de Estudios Nucleares de Lo Aguirre, y que fallecieron de leucemia, presuntamente causada por la radiación.
Cofré, quien a finales de los 80 cumplió con el llamado militar, aspiraba ansiosamente seguir la carrera uniformada. Intención que nunca declinó, a pesar de las brutales golpizas que recibió mientras realizaba el servicio.
Según relata el texto, “todo empezó el día que desaparecieron tres pistolas de la armería y que llegaron civiles desde Santiago (posiblemente de la CNI) para investigar el hecho”. De ahí en adelante, los más de 60 conscriptos que se encontraban en Lo Aguirre fueron víctimas de interrogatorios, que incluían golpes y patadas, envueltos en frazadas para pegarles sin dejar rastros, torturas con corriente eléctrica o, simplemente, les metían la cabeza en la taza de WC llena de excrementos.
Pero a Cofré la serie de malos ratos no lo hizo desistir de su intención de seguir al interior del Ejército, y no le daba importancia a hechos como llegar a su casa en sus días libres con su ropa salpicada “como con ácido”, según recordó su padre Guillermo.
Fue una fuerte e imprevista hemorragia nasal, en mayo del 89, lo que alertó a sus compañeros del recinto a avisar a los superiores, y que derivó en que Cofré fuera atendido en la enfermería del regimiento, para posteriormente, debido a su gravedad, ser trasladado al Hospital Militar. Ahí, estuvo hospitalizado durante ocho meses, acompañado de sus padres, quienes viajaron desde Curicó para atenderlo hasta el 31 de diciembre de 1989, cuando Guillermo Arturo Cofré finalmente murió.
Mediante un oficio emitido por el Ejército de Chile, con fecha de 6 de enero de 2009 y firmado por el Comandante en Jefe, general Oscar Izurieta Ferrer, dicha institución descartó la directa relación entre la muerte de Cofré y sus labores de guardia en una central nuclear. “No existen antecedentes que permitan sostener que la enfermedad – que en definitiva costara la vida al ex. Slc. Cofré – estuviera relacionada con algún accidente ocurrido durante su permanencia en el Centro de Estudios Nucleares de Lo Aguirre”, sostiene el documento oficial. Sin embargo, Cofré López fue enterrado con honores en el mausoleo militar de Curicó y el Ejército corrió con los gastos que ocasionó la enfermedad e, incluso, le otorgó los 217 mil 40 pesos del Seguro de Vida Colectivo a la madre.
Caso similar ocurrió con el conscripto Luis Ramón Gómez Naranjo, quien falleció con una diferencia de meses con Cofré, víctima de una hemorragia intracerebral, en agosto de 1990.
El médico tanatólogo Luis Ravanal explicó a El Periodista que la situación amerita una investigación porque la radiación, de acuerdo al grado de cercanía que tuvieron los que se expusieron a ella, podría generar hasta décadas de diferencia en la aparición de los síntomas.
Actualmente, existe un tercer conscripto de la misma promoción esperando por un trasplante de médula a raíz de una leucemia, y otros cuatro con problemas similares.
En la reunión que sostuvo la Comisión de Defensa, presidida por el diputado Paredes, con los representantes del Ejecutivo y con la gente de la Cchen, para clarificar la muerte de estos jóvenes, las declaraciones fueron similares a las entregadas por el Ejército. En esa ocasión, la subsecretaria de minería,
Verónica Baraona, expresó la disposición para entregar los antecedentes necesarios para una investigación, “a pesar de que los conscriptos hacían una guardia perimetral en el lugar, por lo que no tienen ninguna posibilidad de estar expuestos a radiación”.
El parlamentario, recordó que hicieron una reflexión en voz alta, argumentando que mucha gente pasó por ahí “cerca de 5 mil” y que nadie había sido afectado, deslizando la posibilidad de que los conscriptos de Curicó podían haberse irradiado en el campo, supuestamente por los pesticidas que se usaban en las plantaciones. Otra cosa que menciona Paredes es que los citados a dicha comisión parlamentaria, entre ellos el Director Ejecutivo de la CChen, Luis Frangini,, aseguraron que las plantas de Lo Aguirre y La Reina tenían
estándares de seguridad altísimos, similar a la de países desarrollados. “Ellos nos ocultaron información” sintetiza Paredes. Por eso adelantó que pedirá a la comisión de Derechos Humanos para que cite nuevamente a los funcionarios de la CChen, de Minería y Defensa “con el objeto que aclaren por qué no entregaron en su oportunidad los nombres de estas seis personas que murieron dentro de los márgenes que estamos investigando y cuatro de ellas en Lo Aguirre, lugar donde supuestamente nunca ha funcionado el reactor y donde estuvo la mayoría de los conscriptos afectados a fines de los 80″.
Los civiles
Es coincidentemente a fines de los 80 que se registra la primera muerte, a causa de cáncer, de uno los funcionarios civiles que se desempeñaban en Lo Aguirre. Rosa Vásquez Correa, quien según el documento emitido por la CChen, falleció en marzo de 1990, producto de una mieloma múltiple a los 40 años. A Vásquez le sigue, el licenciado en química de la Universidad Católica de Valparaíso, Víctor Cassorla Franco, quien víctima de un paro cardiorespiratorio y cáncer al colon, murió en agosto del 97. Cassorla, quien se especializó en química analítica y que figura con un proyecto aprobado por el Conicyt, durante 1995, cumplía funciones en el Centro Nuclear de La Reina. De la misma manera, Carlos Infante Barros, aparece con proyectos aprobados mediante Fondecyt, bajo el alero de las Facultades de Ciencia de la Universidad de Chile y la Usach, entre los años 1984 y 1992. Al igual que Cassorla, Barros falleció de cáncer y trabajaba en La Reina.
Jorge Carrasco Andrade fue premiado por sus treinta años de funciones en Lo Aguirre, durante el cuadragésimo-tercer aniversario, de la CChen, realizado en abril del 2007. Seis mese más tarde, Carrasco murió víctima de una insuficiencia respiratoria aguda, neumonía adquirida en comunidad grave y cáncer pulmonar. El mismo destino tuvieron Schele Alberto Nino de Zepeda y Particio Godoy Ortiz de Zarate, ambos trabajadores en el mismo recinto que Carrasco.
Sin embargo, en la Comisión Chilena de Estudios Nucleares, no creen que la muerte de esos seis funcionarios este directamente ligada a la exposición radiactiva. Por el contrario, en el organismo piensan que dicho tema está fuera de todo análisis, ya que constantemente se evalúan los sistemas de seguridad de todo el personal.
Para la Higienista Ocupacional y Experta en mediciones Radioactivas, Erika Berna, quienes están en contactos con equipos o instalaciones propensas a radiactividad, deben ser protegidas mediante diferentes sistemas de seguridad. Según la profesional, uno de estos sistemas utilizados en recintos nucleares es la dosimería personal, “que consiste en medir constantemente, mediante un dosimetro, la cantidad de radiación que recibe una persona, y con ello elaborar registros”. Independiente del lugar y la actividad que realicen los trabajadores, existe un límite de la radiación que el ser humano debe soportar, equivalente a 5 rem (unidad de medida) al año. “Una persona que bordea este límite, debe ser puesta en cuarentena y aislarse de su lugar de trabajo por un tiempo, hasta que la cantidad de Rem decline sola”, explica la experta.
Si hubo o no incidencia de la radioactividad en la muerte tanto de los conscriptos como en los funcionarios, es algo que deberá investigar la comisión especial en caso de ser aprobada. Por lo pronto, el caso se mantiene en la Comisión de Derechos Humanos, quien ya ofició al Ejército para obtener la lista con todos los jóvenes de Curicó que hicieron el Servicio Militar en Lo Aguirre en 1989. Se maneja una cantidad cercana a los 90, cifra que puede aumentar de ser ciertas las sospechas sobre las causas que acabaron con la vida de seis funcionarios en los Centros de Estudios Nucleares.